Blas era un dragón. Pero no os
penséis que era un dragón pequeñito, de esos que se enganchan a las paredes en
Verano, no, no; Se podía decir que Blas era un dragón gigante. A pesar de su
terrible y fiero aspecto, era el dragón más noble y bueno que jamás había
existido, pero prefería evitar problemas con los demás viviendo alejado del
resto del mundo. Su día a día transcurría en las cumbres de las montañas. Vivía
en soledad y esto le había agriado el carácter hasta el punto de no querer ver
a nadie. Sin darse cuenta se había convertido en un dragón uraño. Habían pasado ya tres años de la última vez que habló
con alguien. Hace tres inviernos conoció a Pandora, un águila que pasó una temporada
con él después de tener un pequeño accidente en la puerta de la cueva. Pandora
era un poco corta de vista y de vez en cuando tenía algún problemilla de
aterrizaje. Pasaron juntos un par de semanas. Una vez estuvo recuperada, antes
de marcharse, le dijo a Blas:
- Por favor, guárdame esta caja
hasta que pueda venir a recogerla- Y levantó el vuelo desapareciendo entre las nubes.
La cueva de nuestro dragón no era muy grande
pero supo hacer un hueco para aquella caja sin problemas. Se olvidó de ella hasta que
un día de verano, pintando y arreglando las paredes, sin darse cuenta la golpeó con la cola y la tiró. Al caer al suelo la tapa se abrió, Blas no pudo
contener la curiosidad y poquito a poco fue asomando la nariz a su interior. La
misteriosa caja que había dejado Pandora estaba llena hasta arriba de libros y
cuentos. En el pasado había escuchado hablar acerca de esos “libros” de los
humanos, pero Blas no sabía leer, ni tan siquiera había visto un libro antes.
Cogió uno al azar. En la portada aparecía el dibujo de una ballena blanca y un barco. Léeme, parecía que susurraba
Moby Dick desde el Océano.
Lo abrió, pero no entendía nada de nada, únicamente veía símbolos negros sobre
páginas blancas. Lo que le gustaban de verdad eran las imágenes de las portadas
de los libros y las ilustraciones de los cuentos. Durante mucho tiempo se dedicó
a clasificarlos según si eran animales, flores, plantas, juegos o colores. Pero
Blas quería saber que significaban esos símbolos. Dia tras dia se concentraba
sobre los textos esperando alguna respuesta a su curiosidad, pero nunca llegaba.
Pasado un tiempo la frustración y el aburrimiento hicieron desistir de su
empeño a nuestro gigante amigo verde. Pero la llama de la curiosidad sobre
aquellos libros de los humanos que se acumulaban en su cueva ya no se apagaría
nunca jamás.
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Un buen día, Blas se levantó como
de costumbre y después de asearse, salió al exterior a respirar aire fresco y a
buscar algunas frutas para almorzar (Blas no comía ni princesas ni nada parecido, era
una costumbre horrible de algunos dragones que no podía soportar). Se
encontraba recogiendo fresas y bayas silvestres cuando de repente, escuchó a lo
lejos un rumor de voces de niños y niñas. No se lo podía creer!!! Un grupo de
escolares del pueblo estaban de excursión y subían montaña arriba.
- Oh, Oh!-
Pensó nuestro amigo verde.
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Blas, el Dragón. |
Los humanos siempre le habían causado problemas. Se escondió entre la
maleza tratando de pasar inadvertido, pero su tremendo volumen era muy difícil
de camuflar entre la escasa vegetación de la alta montaña. Aún así, su
escondite le permitió, sin ser visto, escuchar la conversación de los niños y
su profesora:
- Elena, Elena!- Llamaban los
niños a su tutora. Pero la profesora hacía caso omiso a sus voces y continuaba
subiendo la pendiente.
- Hasta que no lleguemos al
campamento no podemos descansar- Contestó pasado un rato, cuando alcanzó un
pequeño llano que hacía de balcón al inmenso paisaje que se divisaba desde
aquella altura.
- Nos hemos perdido- Se escuchó
entre el grupo de escolares.
- Esto nos pasa por no traernos
el móvil!- Vociferó con fuerza Lidia, que lo estaba pasando realmente mal sin
su más preciado tesoro.
Pasado un buen rato, cuando todo
el grupo se hubo reunido, la profesora no tuvo más remedio que aceptarlo. Se
habían perdido.
Entre tanto nuestro gigante
amigo, que había sido testigo de toda la escena, continuaba oculto tras la
maleza y las rocas. El Sol ya hacía rato que se había escondido y la
temperatura comenzaba a bajar a toda velocidad.
- Deberíamos hacer un fuego,
comienza a hacer mucho frío - Sugirió uno de los muchachos. Exactamente lo
mismo pensó Blas, comenzaba a hacer frío de verdad y no había cogido la
chaqueta antes de salir de casa. Sin darse cuenta, acostumbrado a la soledad,
un tremendo estornudo de fuego salió de su nariz mientras atónitos, el grupo de niños y
niñas contemplaban como se encendía la hoguera delante suyo.
- Hola, Buenas Noches- Carraspeó
el dragón.
Al mismo tiempo todos los niños y
niñas se levantaron del suelo dónde estaban sentados alrededor de las llamas y
comenzaron a gritar y correr de un lado para otro como la pelotita del Pou
rebotando contra las paredes.
Blas observó durante un par de
minutos hasta que instintivamente lanzó un rugido acompañado de una tremenda
llamarada.
- ¿Queréis hacer el favor de
parar de correr y gritar un momento?- Les dijo al grupo de escolares que se
quedaron quietos como estatuas al escuchar la voz del dragón.
De repente, el único
sonido que se escuchaba era el viento silbando entre las rocas
cuando de la mochila de uno de los pequeños se resbaló un libro. El ruido seco que
produjo al chocar contra el suelo, llamó la atención de Blas. El dragón recogió
el libro y se lo acercó a los ojos. En la portada aparecía la figura de dos
serpientes formando un circulo sobre un fondo dorado.
- ¿Te gusta? Te lo puedes quedar.
Yo ya me lo he leído- Susurró tímidamente Pedro, dueño de aquella añeja copia de "
La Historia Interminable".
- Muchas gracias.-Y entonces, a
Blas, se le encendió una bombilla. – Lo que me gustaría de verdad, es aprender
a leer.
- Podemos enseñarte- Contestaron
algunas de las niñas más atrevidas del grupo.
- Puedes venir al colegio con
nosotros cada día y aprender.- Apuntó la profesora que continuaba escondida
detrás de un improvisado camuflaje de ramas y hojas.
- Me gustaría muchísimo- La
sonrisa de Blas se extendió rápidamente de oreja a oreja en su gran cara.. Por fín podría leer
todos los libros y cuentos de Pandora que tenía en casa bien ordenaditos.
- Pero antes, ¿Nos puedes ayudar
a volver al pueblo?- Le preguntó uno de los niños al dragón.
- Eso está hecho!- Contestó muy contento el gigantón.
Sin decir más,
Blas extendió sus alas hacía el suelo y los niños y niñas comenzaron a subir a
su lomo. En menos de lo que se tarda en decir: “cacahuete”, Blas dejó a los
niños delante de la puerta de la escuela. Se despidió hasta el día siguiente y
volvió volando a su cueva para preparar la mochila de la que iba a ser su primera
clase. A partir de ese día, hubo un alumno más en la escuela del pueblo: Blas,
el Dragón. Un dragón que ya nunca dejó de leer.