viernes, 26 de febrero de 2016

Blas era un dragón.

Blas era un dragón. Pero no os penséis que era un dragón pequeñito, de esos que se enganchan a las paredes en Verano, no, no; Se podía decir que Blas era un dragón gigante. A pesar de su terrible y fiero aspecto, era el dragón más noble y bueno que jamás había existido, pero prefería evitar problemas con los demás viviendo alejado del resto del mundo. Su día a día transcurría en las cumbres de las montañas. Vivía en soledad y esto le había agriado el carácter hasta el punto de no querer ver a nadie. Sin darse cuenta se había convertido en un dragón uraño. Habían pasado ya tres años de la última vez que habló con alguien. Hace tres inviernos conoció a Pandora, un águila que pasó una temporada con él después de tener un pequeño accidente en la puerta de la cueva. Pandora era un poco corta de vista y de vez en cuando tenía algún problemilla de aterrizaje. Pasaron juntos un par de semanas. Una vez estuvo recuperada, antes de marcharse, le dijo a Blas:

- Por favor, guárdame esta caja hasta que pueda venir a recogerla- Y levantó el vuelo desapareciendo entre las nubes.

La cueva de nuestro dragón no era muy grande pero supo hacer un hueco para aquella caja sin problemas. Se olvidó de ella hasta que un día de verano, pintando y arreglando las paredes, sin darse cuenta la golpeó con la cola y la tiró. Al caer al suelo la tapa se abrió, Blas no pudo contener la curiosidad y poquito a poco fue asomando la nariz a su interior. La misteriosa caja que había dejado Pandora estaba llena hasta arriba de libros y cuentos. En el pasado había escuchado hablar acerca de esos “libros” de los humanos, pero Blas no sabía leer, ni tan siquiera había visto un libro antes. Cogió uno al azar. En la portada aparecía el dibujo de una ballena blanca y un barco. Léeme, parecía que susurraba Moby Dick desde el Océano. Lo abrió, pero no entendía nada de nada, únicamente veía símbolos negros sobre páginas blancas. Lo que le gustaban de verdad eran las imágenes de las portadas de los libros y las ilustraciones de los cuentos. Durante mucho tiempo se dedicó a clasificarlos según si eran animales, flores, plantas, juegos o colores. Pero Blas quería saber que significaban esos símbolos. Dia tras dia se concentraba sobre los textos esperando alguna respuesta a su curiosidad, pero nunca llegaba. Pasado un tiempo la frustración y el aburrimiento hicieron desistir de su empeño a nuestro gigante amigo verde. Pero la llama de la curiosidad sobre aquellos libros de los humanos que se acumulaban en su cueva ya no se apagaría nunca jamás. 



Un buen día, Blas se levantó como de costumbre y después de asearse, salió al exterior a respirar aire fresco y a buscar algunas frutas para almorzar (Blas no comía ni princesas ni nada parecido, era una costumbre horrible de algunos dragones que no podía soportar). Se encontraba recogiendo fresas y bayas silvestres cuando de repente, escuchó a lo lejos un rumor de voces de niños y niñas. No se lo podía creer!!! Un grupo de escolares del pueblo estaban de excursión y subían montaña arriba.

- Oh, Oh!- Pensó nuestro amigo verde.

Blas, el Dragón.

Los humanos siempre le habían causado problemas. Se escondió entre la maleza tratando de pasar inadvertido, pero su tremendo volumen era muy difícil de camuflar entre la escasa vegetación de la alta montaña. Aún así, su escondite le permitió, sin ser visto, escuchar la conversación de los niños y su profesora:

- Elena, Elena!- Llamaban los niños a su tutora. Pero la profesora hacía caso omiso a sus voces y continuaba subiendo la pendiente.

- Hasta que no lleguemos al campamento no podemos descansar- Contestó pasado un rato, cuando alcanzó un pequeño llano que hacía de balcón al inmenso paisaje que se divisaba desde aquella altura.

- Nos hemos perdido- Se escuchó entre el grupo de escolares.

- Esto nos pasa por no traernos el móvil!- Vociferó con fuerza Lidia, que lo estaba pasando realmente mal sin su más preciado tesoro.

Pasado un buen rato, cuando todo el grupo se hubo reunido, la profesora no tuvo más remedio que aceptarlo. Se habían perdido.

Entre tanto nuestro gigante amigo, que había sido testigo de toda la escena, continuaba oculto tras la maleza y las rocas. El Sol ya hacía rato que se había escondido y la temperatura comenzaba a bajar a toda velocidad.

- Deberíamos hacer un fuego, comienza a hacer mucho frío - Sugirió uno de los muchachos. Exactamente lo mismo pensó Blas, comenzaba a hacer frío de verdad y no había cogido la chaqueta antes de salir de casa. Sin darse cuenta, acostumbrado a la soledad, un tremendo estornudo de fuego salió de su nariz mientras atónitos, el grupo de niños y niñas contemplaban como se encendía la hoguera delante suyo.

- Hola, Buenas Noches- Carraspeó el dragón.

Al mismo tiempo todos los niños y niñas se levantaron del suelo dónde estaban sentados alrededor de las llamas y comenzaron a gritar y correr de un lado para otro como la pelotita del Pou rebotando contra las paredes.

Blas observó durante un par de minutos hasta que instintivamente lanzó un rugido acompañado de una tremenda llamarada.

- ¿Queréis hacer el favor de parar de correr y gritar un momento?- Les dijo al grupo de escolares que se quedaron quietos como estatuas al escuchar la voz del dragón. 

De repente, el único sonido que se escuchaba era el viento silbando entre las rocas cuando de la mochila de uno de los pequeños se resbaló un libro. El ruido seco que produjo al chocar contra el suelo, llamó la atención de Blas. El dragón recogió el libro y se lo acercó a los ojos. En la portada aparecía la figura de dos serpientes formando un circulo sobre un fondo dorado.



- ¿Te gusta? Te lo puedes quedar. Yo ya me lo he leído- Susurró tímidamente Pedro, dueño de aquella añeja copia de "La Historia Interminable".

- Muchas gracias.-Y entonces, a Blas, se le encendió una bombilla. – Lo que me gustaría de verdad, es aprender a leer.

- Podemos enseñarte- Contestaron algunas de las niñas más atrevidas del grupo.

- Puedes venir al colegio con nosotros cada día y aprender.- Apuntó la profesora que continuaba escondida detrás de un improvisado camuflaje de ramas y hojas.

- Me gustaría muchísimo- La sonrisa de Blas se extendió rápidamente de oreja a oreja en su gran cara.. Por fín podría leer todos los libros y cuentos de Pandora que tenía en casa bien ordenaditos.

- Pero antes, ¿Nos puedes ayudar a volver al pueblo?- Le preguntó uno de los niños al dragón.

- Eso está hecho!- Contestó muy contento el gigantón.

Sin decir más, Blas extendió sus alas hacía el suelo y los niños y niñas comenzaron a subir a su lomo. En menos de lo que se tarda en decir: “cacahuete”, Blas dejó a los niños delante de la puerta de la escuela. Se despidió hasta el día siguiente y volvió volando a su cueva para preparar la mochila de la que iba a ser su primera clase. A partir de ese día, hubo un alumno más en la escuela del pueblo: Blas, el Dragón. Un dragón que ya nunca dejó de leer. 





jueves, 18 de febrero de 2016

La habitación


El primer día de curso, Carlos entró en clase y vio a un grupo de niños que se amontonaban alrededor de su amigo Marcos. Marcos era el centro de atención de todos los niños porque se encontraba enseñando y presumiendo de su nuevo y flamante teléfono móvil.

- ¡Hola!- Exclamó en voz alta. Pero la presentación de Marcos tenía a todos los niños y niñas completamente embobados. La envidia se apoderó completamente del celoso Carlos.

Carlos volvió  del colegio muy enfadado y de un portazo hizo notar que ya estaba en casa. Desde su habitación mientras lanzaba la mochila con rabia al suelo, gritó a su madre que se encontraba preparando la comida en la cocina:

- ¡Mamá!, ¡Quiero otro teléfono!- Y cerró la puerta de una patada.

Al escuchar el estruendo la madre de Carlos se secó las manos con un trapo y fue a ver que le pasaba a su hijo. Temerosa abrió la puerta de la habitación del niño y le preguntó dulcemente:

- ¿Cómo ha ido el primer día de cole?- Un gesto ansioso se reflejaba en su rostro mientras esperaba la respuesta.

-¡Este teléfono es una porquería, quiero otro teléfono y lo quiero ya!- Exclamó Carlos mirando fijamente a su madre.

La madre de Marcos volvió a la cocina apagó el fuego y salió de casa para comprarle otro teléfono a su hijo. Tenía miedo de él, tenía miedo de sus arrebatos y tenía miedo de que le hiciese daño.

La verdad era que los cuatro o cinco últimos regalos que había recibido el niño habían sido teléfonos móviles. Cada rabieta del niño era otro teléfono estrellado contra la pared. Carlos tenía varios cajones de su escritorio lleno de teléfonos rotos, cables y cargadores. Ahora el niño quería otro teléfono y sabía que su sometida madre se lo iba a comprar. Ahora quería el mismo teléfono que tenía Marcos. El niño no soportaba los celos, no quería sentirse inferior.

El niño cerró la puerta de su habitación y no salió ni para comer. Ya por la tarde, la madre de Carlos tocó débilmente la puerta de la habitación del niño y casi susurrando dijo:

- Carlos ya te he comprado el teléfono.

La puerta de la habitación se abrió, el niño cogió la caja y mirando a su madre con desprecio, volvió a cerrar la puerta.

 La puerta de la habitación de Carlos


La madre de Carlos daba todos los caprichos al niño porque sabía que si no lo hacía así, su hijo se transformaba en un tirano. Fuera de casa se comportaba como un niño dulce y encantador pero dentro sometía a su madre como un verdadero dictador. Toda la vida familiar giraba en torno a él y cuando no era así, se encargaba de transformar en un verdadero infierno la vida en el hogar. Patadas, puñetazos, golpes y gritos eran su estrategia para conseguir todo lo que se proponía. La puerta de su habitación tenía varios agujeros de los arrebatos que había tenido anteriormente. Cada vez que la madre de Carlos los veía, se acordaba de lo desagradable que podía llegar a ser su hijo y se acordaba de los momentos de miedo que había sufrido. El niño no admitía un no a sus reclamaciones, lo único que quería y permitía escuchar era sí.

Todos los antojos que tenía el niño los tenía, todos los caprichos que se le antojaban los conseguía. Había convertido a su madre en una verdadera esclava del terror.

Pasaban los meses y la habitación del niño cada vez estaba más llena de trastos. Aunque su madre había intentado en varias ocasiones hacer limpieza, el niño montaba en cólera y la mujer desistía. El espacio en la habitación de Carlos cada vez era más reducido. Ropa nueva, patinetes nuevos, consolas de videojuegos nuevas y teléfonos nuevos que ocupaban ya casi toda la habitación.

Una mañana, al ver que su hijo no se levantaba, la madre de Carlos tocó a su puerta:

- Carlos, hijo, levántate ya que vas a llegar tarde al colegio- Le dijo a través de los agujeros de la puerta.

Pero no obtuvo ninguna respuesta. La mujer intentó abrir la puerta pero la infinidad de cosas que había en la habitación se lo impidieron. Era imposible, estaba completamente bloqueada.

- ¿Carlos hijo mío, dónde estás?- Le gritó desesperada.

Pero el niño no respondía. La madre de Carlos llamó a la policía y estos se presentaron en la casa acompañados de los bomberos. Ni la policía ni los bomberos pudieron hacer nada por el niño. Había desaparecido, la habitación se lo había tragado.

Con los ojos empapados en lágrimas, la madre de Carlos preguntaba a los bomberos:

- ¿Qué le ha pasado a mi hijo? ¿Dónde está?- Repetía sin cesar.

Uno de los bomberos se acercó a la mujer y le dijo:

- Señora ¿Nunca pensó en decirle a su hijo no?







jueves, 11 de febrero de 2016

Said


 Said


Aquella mañana era diferente, la casa estaba fría y vacía. Papá y Mamá habían vendido todo lo que pudieron, los muebles, los electrodomésticos, los recuerdos, todo. Únicamente quedaban dos bolsas de plástico con ropa junto a la puerta en el pasillo. La puerta de mi habitación se abrió y vi la figura de mi madre acercarse a mi cama, me susurró:

- Said, ángel mío, es hora de levantarse.

Ella no había dormido. Lo sabía por qué la escuché llorar durante toda la noche mientras mi padre la consolaba.

El desayuno fue rápido, no nos quedaba nada, ni comida ni nevera. Bebimos un vaso de leche cada uno mientras escuchábamos los estruendos de las explosiones, cada vez más fuertes y cada vez más cerca.  Los aviones se acercaban al centro de la ciudad y dejaban caer sus bombas sobre las casas.  Ya no quedaba casi ningún edificio en pie en la calle donde vivíamos, quizás tres o cuatro. Ya no era una ciudad.

No tenía muy claro que iba ser de nosotros, únicamente recuerdo a mi padre explicándome que debíamos salir de la ciudad y que nos marchábamos de viaje. Debíamos salir de la ciudad antes de que alguna bomba cayese sobre nuestra casa. No tenía claro a qué tipo de viaje se refería mi padre. ¿Nos íbamos al pueblo de la abuela? ¿Nos mudábamos a otra ciudad? No entendía nada de lo que pasaba a mi alrededor. ¿Qué era la guerra¿? ¿Por qué los aviones que antes me gustaban tanto cuando los veía pasar, ahora eran señal de destrucción y muerte?

Papá y mamá cogieron las dos bolsas con nuestra ropa y bajamos hasta la calle. Lo mismo de cada día, personas corriendo de un lado para otro, llantos, gritos y explosiones.

Mi tío Yasar nos esperaba en la esquina de la calle en su coche. Corrimos todo lo que pudimos pegados a las paredes de los edificios hasta que llegamos al coche y nos subimos. A pesar de que el coche tenía las ventanillas subidas, los ruidos de las explosiones y los gritos de la gente se escuchaban con claridad. Esquivando escombros y hombres armados, llegamos al límite de la ciudad, donde bajamos del coche.

- Hasta siempre, Yasar, hermano. Siempre te llevaré en mi corazón- Le dijo mi padre a mi tío con los ojos llenos de lágrimas.

Caminamos hasta las montañas. A medida que avanzábamos otras personas se unían a nuestra marcha. Éramos un grupo bastante grande cuando llegamos a la costa. Nunca había visto el mar, me pareció precioso, enorme y precioso. Por un estrecho camino bajamos hasta la playa. No pude resistir la tentación de correr a tocar el agua pero cuando estaba en la orilla, escuché a mi madre llamándome casi a gritos:

- Said, ven aquí ahora mismo- Me asusté y retrocedí. No acababa de entender por que mi madre se enfadaba tanto.

El día se hizo noche y seguíamos en aquella playa de rocas. Pequeños grupos de personas se reunían alrededor de fuegos improvisados. Hacía frío, mucho frío y me cobijé entre las piernas de mi padre, bajo su abrigo.

-¿Qué estamos esperando, Papá?- Le pregunté a mi padre mientras se me cerraban los ojos.

- Tranquilo, duerme- Me respondió.

Cuando desperté todavía era de noche. Mi padre me llevaba en brazos y me dejó en el suelo. Mis pies ya no notaban las duras rocas de la playa, ahora notaban algo blando, mojado y frío. Era una barca de plástico.

Papá, mamá y yo hicimos un ovillo bajo una manta en un rincón de aquella barca de plástico. Las personas de la playa continuaban subiendo a la barca y nuestro ovillo se hizo más pequeño. Algunos hombres empujaron la barca y notamos como se balanceaba en el agua. Recuerdo a mis padres rezar susurrando bajo la manta que nos cubría a los tres. Se escuchó un motor y notamos un fuerte impulso.

Pero esa noche el mar no quería amigos, embravecido, con mucha fuerza golpeaba la barca una y otra vez. Recuerdo que la barca de plástico llena de gente volcó y ya no recuerdo nada más.