jueves, 11 de febrero de 2016

Said


 Said


Aquella mañana era diferente, la casa estaba fría y vacía. Papá y Mamá habían vendido todo lo que pudieron, los muebles, los electrodomésticos, los recuerdos, todo. Únicamente quedaban dos bolsas de plástico con ropa junto a la puerta en el pasillo. La puerta de mi habitación se abrió y vi la figura de mi madre acercarse a mi cama, me susurró:

- Said, ángel mío, es hora de levantarse.

Ella no había dormido. Lo sabía por qué la escuché llorar durante toda la noche mientras mi padre la consolaba.

El desayuno fue rápido, no nos quedaba nada, ni comida ni nevera. Bebimos un vaso de leche cada uno mientras escuchábamos los estruendos de las explosiones, cada vez más fuertes y cada vez más cerca.  Los aviones se acercaban al centro de la ciudad y dejaban caer sus bombas sobre las casas.  Ya no quedaba casi ningún edificio en pie en la calle donde vivíamos, quizás tres o cuatro. Ya no era una ciudad.

No tenía muy claro que iba ser de nosotros, únicamente recuerdo a mi padre explicándome que debíamos salir de la ciudad y que nos marchábamos de viaje. Debíamos salir de la ciudad antes de que alguna bomba cayese sobre nuestra casa. No tenía claro a qué tipo de viaje se refería mi padre. ¿Nos íbamos al pueblo de la abuela? ¿Nos mudábamos a otra ciudad? No entendía nada de lo que pasaba a mi alrededor. ¿Qué era la guerra¿? ¿Por qué los aviones que antes me gustaban tanto cuando los veía pasar, ahora eran señal de destrucción y muerte?

Papá y mamá cogieron las dos bolsas con nuestra ropa y bajamos hasta la calle. Lo mismo de cada día, personas corriendo de un lado para otro, llantos, gritos y explosiones.

Mi tío Yasar nos esperaba en la esquina de la calle en su coche. Corrimos todo lo que pudimos pegados a las paredes de los edificios hasta que llegamos al coche y nos subimos. A pesar de que el coche tenía las ventanillas subidas, los ruidos de las explosiones y los gritos de la gente se escuchaban con claridad. Esquivando escombros y hombres armados, llegamos al límite de la ciudad, donde bajamos del coche.

- Hasta siempre, Yasar, hermano. Siempre te llevaré en mi corazón- Le dijo mi padre a mi tío con los ojos llenos de lágrimas.

Caminamos hasta las montañas. A medida que avanzábamos otras personas se unían a nuestra marcha. Éramos un grupo bastante grande cuando llegamos a la costa. Nunca había visto el mar, me pareció precioso, enorme y precioso. Por un estrecho camino bajamos hasta la playa. No pude resistir la tentación de correr a tocar el agua pero cuando estaba en la orilla, escuché a mi madre llamándome casi a gritos:

- Said, ven aquí ahora mismo- Me asusté y retrocedí. No acababa de entender por que mi madre se enfadaba tanto.

El día se hizo noche y seguíamos en aquella playa de rocas. Pequeños grupos de personas se reunían alrededor de fuegos improvisados. Hacía frío, mucho frío y me cobijé entre las piernas de mi padre, bajo su abrigo.

-¿Qué estamos esperando, Papá?- Le pregunté a mi padre mientras se me cerraban los ojos.

- Tranquilo, duerme- Me respondió.

Cuando desperté todavía era de noche. Mi padre me llevaba en brazos y me dejó en el suelo. Mis pies ya no notaban las duras rocas de la playa, ahora notaban algo blando, mojado y frío. Era una barca de plástico.

Papá, mamá y yo hicimos un ovillo bajo una manta en un rincón de aquella barca de plástico. Las personas de la playa continuaban subiendo a la barca y nuestro ovillo se hizo más pequeño. Algunos hombres empujaron la barca y notamos como se balanceaba en el agua. Recuerdo a mis padres rezar susurrando bajo la manta que nos cubría a los tres. Se escuchó un motor y notamos un fuerte impulso.

Pero esa noche el mar no quería amigos, embravecido, con mucha fuerza golpeaba la barca una y otra vez. Recuerdo que la barca de plástico llena de gente volcó y ya no recuerdo nada más.



2 comentarios: