Aquella mañana era diferente, la casa estaba fría y vacía. Papá y Mamá habían vendido todo lo que pudieron, los muebles, los electrodomésticos, los recuerdos, todo. Únicamente quedaban dos bolsas de plástico con ropa junto a la puerta en el pasillo. La puerta de mi habitación se abrió y vi la figura de mi madre acercarse a mi cama, me susurró:
- Said, ángel mío, es hora de levantarse.
Ella no había dormido. Lo sabía por qué la escuché llorar
durante toda la noche mientras mi padre la consolaba.
El desayuno fue rápido, no nos quedaba nada, ni comida ni
nevera. Bebimos un vaso de leche cada uno mientras escuchábamos los estruendos
de las explosiones, cada vez más fuertes y cada vez más cerca. Los aviones se acercaban al centro de la
ciudad y dejaban caer sus bombas sobre las casas. Ya no quedaba casi ningún edificio en pie en
la calle donde vivíamos, quizás tres o cuatro. Ya no era una ciudad.
No tenía muy claro que iba ser de nosotros, únicamente
recuerdo a mi padre explicándome que debíamos salir de la ciudad y que nos marchábamos
de viaje. Debíamos salir de la ciudad antes de que alguna bomba cayese sobre
nuestra casa. No tenía claro a qué tipo de viaje se refería mi padre. ¿Nos íbamos
al pueblo de la abuela? ¿Nos mudábamos a otra ciudad? No entendía nada de lo
que pasaba a mi alrededor. ¿Qué era la guerra¿? ¿Por qué los aviones que antes
me gustaban tanto cuando los veía pasar, ahora eran señal de destrucción y
muerte?
Papá y mamá cogieron las dos bolsas con nuestra ropa y bajamos
hasta la calle. Lo mismo de cada día, personas corriendo de un lado para otro,
llantos, gritos y explosiones.
Mi tío Yasar nos esperaba en la esquina de la calle en su
coche. Corrimos todo lo que pudimos pegados a las paredes de los edificios hasta
que llegamos al coche y nos subimos. A pesar de que el coche tenía las
ventanillas subidas, los ruidos de las explosiones y los gritos de la gente se
escuchaban con claridad. Esquivando escombros y hombres armados, llegamos al
límite de la ciudad, donde bajamos del coche.
- Hasta siempre, Yasar, hermano. Siempre te llevaré en mi
corazón- Le dijo mi padre a mi tío con los ojos llenos de lágrimas.
Caminamos hasta las montañas. A medida que avanzábamos otras
personas se unían a nuestra marcha. Éramos un grupo bastante grande cuando
llegamos a la costa. Nunca había visto el mar, me pareció precioso, enorme y
precioso. Por un estrecho camino bajamos hasta la playa. No pude resistir la
tentación de correr a tocar el agua pero cuando estaba en la orilla, escuché a
mi madre llamándome casi a gritos:
- Said, ven aquí ahora mismo- Me asusté y retrocedí. No
acababa de entender por que mi madre se enfadaba tanto.
El día se hizo noche y seguíamos en aquella playa de rocas.
Pequeños grupos de personas se reunían alrededor de fuegos improvisados. Hacía
frío, mucho frío y me cobijé entre las piernas de mi padre, bajo su abrigo.
-¿Qué estamos esperando, Papá?- Le pregunté a mi padre
mientras se me cerraban los ojos.
- Tranquilo, duerme- Me respondió.
Cuando desperté todavía era de noche. Mi padre me llevaba en
brazos y me dejó en el suelo. Mis pies ya no notaban las duras rocas de la
playa, ahora notaban algo blando, mojado y frío. Era una barca de plástico.
Papá, mamá y yo hicimos un ovillo bajo una manta en un rincón
de aquella barca de plástico. Las personas de la playa continuaban subiendo a
la barca y nuestro ovillo se hizo más pequeño. Algunos hombres empujaron la
barca y notamos como se balanceaba en el agua. Recuerdo a mis padres rezar susurrando bajo la manta que nos
cubría a los tres. Se escuchó un motor y notamos un fuerte impulso.
Pero esa noche el mar no quería amigos, embravecido, con
mucha fuerza golpeaba la barca una y otra vez. Recuerdo que la barca de
plástico llena de gente volcó y ya no recuerdo nada más.
Estremecedor. Muy bueno.
ResponderEliminarGracias.
ResponderEliminar