El primer día de curso, Carlos entró en clase y vio a un grupo de niños que se amontonaban alrededor de su amigo Marcos. Marcos era el centro de atención de todos los niños porque se encontraba enseñando y presumiendo de su nuevo y flamante teléfono móvil.
- ¡Hola!- Exclamó en voz alta.
Pero la presentación de Marcos tenía a todos los niños y niñas completamente
embobados. La envidia se apoderó completamente del celoso Carlos.
Carlos volvió del colegio muy enfadado y de un portazo hizo
notar que ya estaba en casa. Desde su habitación mientras lanzaba la mochila
con rabia al suelo, gritó a su madre que se encontraba preparando la comida en
la cocina:
- ¡Mamá!, ¡Quiero otro teléfono!-
Y cerró la puerta de una patada.
Al escuchar el estruendo la madre
de Carlos se secó las manos con un trapo y fue a ver que le pasaba a su hijo.
Temerosa abrió la puerta de la habitación del niño y le preguntó dulcemente:
- ¿Cómo ha ido el primer día de
cole?- Un gesto ansioso se reflejaba en su rostro mientras esperaba la
respuesta.
-¡Este teléfono es una porquería,
quiero otro teléfono y lo quiero ya!- Exclamó Carlos mirando fijamente a su
madre.
La madre de Marcos volvió a la
cocina apagó el fuego y salió de casa para comprarle otro teléfono a su hijo.
Tenía miedo de él, tenía miedo de sus arrebatos y tenía miedo de que le hiciese
daño.
La verdad era que los cuatro o
cinco últimos regalos que había recibido el niño habían sido teléfonos móviles.
Cada rabieta del niño era otro teléfono estrellado contra la pared. Carlos
tenía varios cajones de su escritorio lleno de teléfonos rotos, cables y
cargadores. Ahora el niño quería otro teléfono y sabía que su sometida madre se
lo iba a comprar. Ahora quería el mismo teléfono que tenía Marcos. El niño no
soportaba los celos, no quería sentirse inferior.
El niño cerró la puerta de su
habitación y no salió ni para comer. Ya por la tarde, la madre de Carlos tocó
débilmente la puerta de la habitación del niño y casi susurrando dijo:
- Carlos ya te he comprado el
teléfono.
La puerta de la habitación se abrió,
el niño cogió la caja y mirando a su madre con desprecio, volvió a cerrar la
puerta.
La madre de Carlos daba todos los
caprichos al niño porque sabía que si no lo hacía así, su hijo se transformaba
en un tirano. Fuera de casa se comportaba como un niño dulce y encantador pero
dentro sometía a su madre como un verdadero dictador. Toda la vida familiar
giraba en torno a él y cuando no era así, se encargaba de transformar en un
verdadero infierno la vida en el hogar. Patadas, puñetazos, golpes y gritos eran
su estrategia para conseguir todo lo que se proponía. La puerta de su
habitación tenía varios agujeros de los arrebatos que había tenido
anteriormente. Cada vez que la madre de Carlos los veía, se acordaba de lo
desagradable que podía llegar a ser su hijo y se acordaba de los momentos de
miedo que había sufrido. El niño no admitía un no a sus reclamaciones, lo único
que quería y permitía escuchar era sí.
Todos los antojos que tenía el
niño los tenía, todos los caprichos que se le antojaban los conseguía. Había
convertido a su madre en una verdadera esclava del terror.
Pasaban los meses y la habitación
del niño cada vez estaba más llena de trastos. Aunque su madre había intentado
en varias ocasiones hacer limpieza, el niño montaba en cólera y la mujer desistía.
El espacio en la habitación de Carlos cada vez era más reducido. Ropa nueva,
patinetes nuevos, consolas de videojuegos nuevas y teléfonos nuevos que
ocupaban ya casi toda la habitación.
Una mañana, al ver que su hijo no
se levantaba, la madre de Carlos tocó a su puerta:
- Carlos, hijo, levántate ya que
vas a llegar tarde al colegio- Le dijo a través de los agujeros de la puerta.
Pero no obtuvo ninguna respuesta.
La mujer intentó abrir la puerta pero la infinidad de cosas que había en la
habitación se lo impidieron. Era imposible, estaba completamente bloqueada.
- ¿Carlos hijo mío, dónde estás?-
Le gritó desesperada.
Pero el niño no respondía. La
madre de Carlos llamó a la policía y estos se presentaron en la casa
acompañados de los bomberos. Ni la policía ni los bomberos pudieron hacer nada
por el niño. Había desaparecido, la habitación se lo había tragado.
Con los ojos empapados en
lágrimas, la madre de Carlos preguntaba a los bomberos:
- ¿Qué le ha pasado a mi hijo?
¿Dónde está?- Repetía sin cesar.
Uno de los bomberos se acercó a
la mujer y le dijo:
- Señora ¿Nunca pensó en decirle
a su hijo no?
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