Todos los animales de la granja
estaban bastante nerviosos. Casi era final de Mayo y sabían lo que significaba.
Cada año por estas fechas, todas las hembras de la comunidad daban a luz a sus
“retoños”. La actividad era frenética, tanto por parte de los humanos como por
parte de los animales. Unas incesantes entradas y salidas de los establos,
porquerizas, corrales y gallineros con todo tipo de materiales y utensilios;
pronosticaban los cambios que estaban por venir.
La cabra de la granja, a pesar de
ser primeriza, fue la más madrugadora. Con los primeros rayos del Sol, de su
establo salieron a tropezones cuatro chivos. Tres de color blanco y uno
mezclado, de un color gris oscuro y negro. Cegados por la luz del día, los tres
chivos blancos dieron media vuelta y regresaron rápidamente junto a su
progenitora. Pero el chivo gris, guiado por el sonido del agua del río que
delimitaba la granja, avanzó en línea recta buscando el origen de ese murmullo
que escuchaba.
Con dificultad llegó a la orilla
pero resbaló, cayendo de cabeza al agua. Al principio, chapoteó con energía,
pero pasados unos segundos se dejó llevar por la corriente y se sumergió. Lejos
de asustarse, el animal comenzó a disfrutar en ese entorno completamente
extraño. Bajo el agua el pequeño chivo daba vueltas sobre si mismo, formando espirales.
Cuando notaba que le faltaba el aire sacaba la cabeza, respiraba y volvía a
sumergirse de inmediato.
Uno de los granjeros que
observaba la escena, sacó del agua al chivo y exclamó:
- ¡Vaya susto te has llevado! Te
llamaré Fresco, por que así te has quedado, empapado y bien fresquito- Tras
observar que el animal se encontraba en perfectas condiciones, lo dejó con
cuidado en el suelo.
A la mañana siguiente, Fresco
salió de su establo y se dirigió directamente al río. Al llegar a la orilla,
sin pensárselo dos veces, se lanzó al agua. A pesar de las burlas de sus
hermanos, el chivo pasó un buen rato disfrutando. Esta vez no necesitó la ayuda
del granjero y salió por su propio pie.
Las burlas de sus hermanos y del
resto de animales de la granja eran continuas, a veces bastante crueles, pero
no hacían mella en el pequeño chivo que cada día ejecutaba su ritual. A Fresco le
encantaba el agua. En el río, se sentía libre y feliz.
Una mañana los tres hermanos de
Fresco le siguieron en su recorrido sin dejar de reírse. El animal no se detuvo
ni un momento y tal como hacía cada día, llegó a la orilla del río y se lanzó
al agua. Absortos en sus risas, los hermanos de Fresco no se percataron de cómo
eran de resbaladizas las hierbas de la orilla. Uno tras otro, como le había
ocurrido al pequeño chivo gris el primer día, cayeron sin remedio en el agua.
- ¡Ayúdanos, Fresco, nos
ahogamos!- Repetían sin cesar.
Sin dudarlo ni un instante, el
experimentado nadador agarró fuertemente con los dientes por las orejas a sus
hermanos y los sacó del agua.
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Fresco, un chivo con sueños. |
A la mañana siguiente,
mientras se dirigía al río, los tres hermanos del chivo le siguieron en silencio.
Esta vez sin reírse ni burlarse. Nunca más se burlaron de él. Ni sus hermanos, ni ningún otro animal de la granja.
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